Desde joven experimenté un ardiente deseo de conocerme, de conocer a los demás. A los 19 años, después de una relación que me dejó muy perturbado, decidí retirarme durante algunos meses. Tenía como refugio el libro el Tao Te King y en la soledad, en poco tiempo tuve una experiencia o estado de presencia plena.
La mente se desconectó y pude ver todo por primera vez, sin conceptos, en una apertura luminosa al infinito que no pude comprender, pero supe desde el corazón que eso era lo que buscaba. Por supuesto, este estado fue algo transitorio que a veces retornaba, pero en adelante me convertí, sin ser muy consciente de ello, en un buscador espiritual, con todas las alegrías y miserias que ello conlleva.
Oponiéndome a lo que mis padres esperaban, estudié filosofía y pocos años después, me hice profesor de filosofía en colegios y luego en universidades. Al mismo tiempo pertenecí a varios movimientos espirituales de las más diversas procedencias. Después de muchas búsquedas en diversos caminos, de escuchar muchas enseñanzas, me encontré en un callejón sin salida: me di cuenta que no había sistema filosófico o espiritual que me acercara a una experiencia de mí mismo suficientemente real, porque lo que soy (y lo que tú eres, y lo que es una flor o una montaña o un amanecer) no es nunca una experiencia objetiva o conceptual, sino que se revela solo en la desaparición de la aparente realidad del personaje (o Ego).
Esto me llevó a retormar la enseñanza de la «No Dualidad» que se me había revelado a los 19 años, e implicó el reencontrar y experimentar la revelación de algunas respuestas a preguntas dejadas en el camino, aprendiendo y desaprendiendo más allá de las referencias espirituales y filosóficas que traía.
En algún punto del aparente camino el viejo sistema de creencias colapsó, y con él, el que buscaba una respuesta. No hay nadie que tenga la verdad, no hay libro sagrado que la revele. La verdad no se puede representar. No existe algo como un yo separado que puede alcanzarla, poseerla, administrarla mediante una doctrina, una enseñanza o una técnica. Es total libertad.
Desde esta perfectiva también la idea de dedicarse a enseñar lo que no se puede enseñar apareció como algo totalmente irrisorio y vano. En su lugar, fue evidente que todo sucede por sí mismo, espontáneamente, como estas palabras.
Te invito a un verdadero comienzo, frente al misterio que nos transforma en lo que ya somos: una expresión singular del amor infinito. Amor que quiere encontrar una expresión única e irrepetible a través del reconocimiento de aquello que no es posible objetivar, alcanzar, y menos aún perder. Anímate a compartir este «camino», este silencio sin propósito ni distancia.
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